Diez cartas a Mercedes... Carta Cuatro:La triste espera hacia el tren de la inmortalidad.


Era tu mirada un cúmulo de recuerdos, se notaba ya cansada de tanto buscar entre la gente, quien tu sueño devolviera. Día tras día te levantabas muy temprano, esperando al mirar por primera vez el día, encontrar al lado en tu cama al amor de tu vida.

Antes de partir me contaste que soñaste que te estaban esperando, tu madre y tu amor en la terminal del tren, listos para viajar, listos para eternamente ser felices.

Dicen que todos cuando partimos, sabemos casi inconscientemente que nos vamos, y los egoístas que nos quedamos llorando las partidas nos preguntamos ¿por qué no se nos prepara para estos momentos en la vida? Sencilla es la respuesta, nadie tiene la vida comprada, más que el que nos la presta. He reflexionado de tu despedida, he buscado una boronita de consuelo al saber que estabas ansiosa de esperar una vida nueva e interminable a su lado; besando sin cesar a quien te aguardó durante años y te llevó con el pensamiento hasta los confines más lejanos de este mundo a veces sin sentido, que separa a la gente que se ama por seguir un curso inentendible.

¡Qué  no habrán visto tus ojos! ¿Cuántas falsas ilusiones te habrán hecho temblar en la agonía prolongada de más de 40 años de espera?. Cuando te conocí, tus ojos brillaban profundo sin necesidad de lagrimear,  siempre riendo, siempre ayudando. Tu corazón era tan grande que cupe enterita, me escogiste para tu vida y mi corazón latió cuando estuve en tus brazos.

Te quedaba tanto que amar, pero tan pocas personas que te amaran como tu lo querías, ¡Ah! muchos te pretendían, tu sólo aguardabas.


- ¡En esta casa no se puede estar enfermo! dijo Roger.
-¿Pero por qué mi amor? refutó Mercedes...
- Es que tu mamá me ha hecho reir todo el día y ni tiempo me ha dado de acordarme de la enfermedad.

Los 3 años que vivieron juntos no fueron suficientes para guardar amor en todo el cuerpo y aguantar 40 años, es más, apenas Roger se había ido, cuando el vacío en el alma de mi Mercedes, aniquilaba cada célula por falta de oxígenación.

Vivieron felices -me contaba- eran unos enamorados que sin temor a parecer chiquillos se entregaron sin remordimientos, sin pudor, sin aliento, hasta la más pequeña parte de su ser. Roger era tan apuesto, que una sola mirada de aquellos ojos verdes, la inmovilizaba. Alto, fornido y elegante, Roger era un francés que llegó a México de manera fortuita, la conoció por Av. Reforma, cuando Mercedes trabajaba por ahí y la veía durante su hora de comida. Quizá el flechazo fue inmediato, pero el proceso, tanto como el final fueron turbulentos y de angustia.

Ella no podría unir su vida al hombre que amaba sin control, sin razones, sin prejuicios, pues apesar de amarse, él no creía en la unión del matrimonio. 'Mocha' nuestra sociedad, veía mal a quien de su casa no salía de blanco. Qué difícil parece que nos lo pone todo Dios, cuando los prejuicios y la falsa moralidad viven en la cabeza de cada quien; ¡en fin! la vida en el mundo siempre ha estado de cabeza. 

Mercedes, ¿Nunca pensaste en huir, en liberarte, en hacer las cosas a tu modo? Creo que poco a poco lo lograste peleando a veces del bando feminista, a veces repitiendo conductas machistas. Era una lucha existencial entre tu verdadero 'yo' interno y la fatalidad del mundo externo, real y mojigato.

Al fin de tanto obstáculo pudieron vivir juntos tres años, en los que nunca hubo una  pelea, en los que jamás hubo un sí o un no, según tus palabras. Y tortuosamente después él se fue para nunca más volver; viajó a un territorio prometido donde la gente que durante los años 40 había sido acosada, ultrajada, inhumanamente torturada, podría vivir tranquila con gente que compartiera sus creencias.

No pasó, no hubo calma, y nada prosperó. Él se volvió loco al escuchar sonidos de guerra, toques de queda nuevamente, además de cargar con el vacío y el asco de vivir con una mujer a la que no amaba, pero que era de su religión y el dote igualaba el valor de un ser humano, al menos en las creencias de sus ancestros.

Tu última carta, regresó meses después con un aviso postal de que el domicilio no había sido encontrado. Tú entre lágrimas y oraciones suplicaste saber de él, al menos sólo que siguiera vivo, pero nada, el silencio infernal se apoderó de ti, de tu vida, de tu fuerza, la sonrisa al paso de los años de desdibujó y el brillo de tus ojos no era de alegría ni de esperanza, era de llorar en las noches a escondidas, disfrazando el descanso, embotellándolo en la máscara dura, de la mujer recia, mandona y voluntariosa, como si aquella muchacha hermosa de carácter tan amable, se hubiera transformado en el de una mujer práctica, directa que no encontraba miramientos en las respuestas, sólo la verdad, dura, cruda, feroz, aunque doliera, pero la verdad, esa que te decía todos los días que pese a tus sueños y tus ansias, deseos y concentración, seguías sola en esa cama, sin el amor de tu vida, sin saber si la espera duraría sólo un día más o toda tu vida.

Roger te esperó años, no se si en la estación del tren imaginaria; tú esperaste haciendo de tu vida un prodigio lleno de recuerdos, lleno de añoranzas, abatida ante la desesperanza pero con toda la energía para el nuevo día que tenía que llegar, uno menos a la cuenta para reunirte con tu amor.

El día que te fuiste... parece que se iluminó el cielo, estoy segura que lo viste y que no tuviste miedo, lo tomaste de la mano, él se inclinó para abrazarte y besarte con los ojos llenos de lágrimas, pero esta vez no de amargura sino de felicidad. Tú, temerosa y desconcertada descubriste que podías oír nuevamente cuando con voz entrecortada te dijo.... ¡Te amo Mercedes!. Y no fue como la historia de Penélope, tú sí lo reconociste y subieron al tren juntos con dirección a la inmensidad, y él con un ramo de gardenias en las manos te pidió que lo acompañaras a la vida eterna. Nunca más se soltarán las manos, nunca más habrá un amanecer solitario, nunca más te faltará un beso amielado con sabor a sus labios...




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